Esta
pandemia representa sin duda, un reto para los sistemas de servicios de salud a
nivel global, y genera cuestionamientos importantes, en especial en relación
con la posible necesidad de racionar los cuidados de salud en el contexto de
una escasez de recursos y capacidad instalada para resolver la crisis. Y es
que, estimado lector, en un hospital lo único que sobran, son pacientes. Aun si
la capacidad de brindar cuidados fuera suficiente, será prioritario establecer
metas ante el escenario de enfermedades que pongan en peligro la vida,
especialmente en aquellos pacientes con enfermedades crónicas, mientras que se
intente, en la medida de lo posible, alinear la atención disponible con los
valores y expectativas de los pacientes.
Las restricciones y
el aislamiento de la población, inevitables para preservar la vida de la
comunidad, ha traído consecuencias irreversibles: muerte, violencia familiar,
restricciones a la libertad, educación, desarrollo personal, divorcios,
separaciones, abandonos; así pues la ausencia de eventos sociales, viajes,
diversiones, trabajo, pérdidas económicas, desconocimiento de las secuelas de
esta la enfermedad para aquellos que la sobrevivieron, la reinfección
comprobada y la incertidumbre sobre la efectividad de una próxima vacuna, han
abonado a la ruptura total de un proyecto social. Existen
dos estrategias fundamentales para controlar una pandemia. Las políticas de
mitigación, enfocadas a hacer que la propagación de la enfermedad sea más
lenta, reduciendo, en consecuencia, picos en la demanda de servicios de salud
mientras se protege a los más vulnerables, lo que se conoce como “aplanar la
curva”; en tanto que las políticas de supresión buscan controlar el brote
epidémico inicial mediante la reducción del número de casos manteniendo la
situación por periodo indefinido. A diferencia de lo que sucede en situaciones
clínicas habituales, la medicina por sí sola puede resultar insuficiente para
tomar decisiones de salud durante una pandemia. En una crisis de tal magnitud
se presentan dos prioridades: la prioridad de salvar vidas y la prioridad de
mantener el funcionamiento de la sociedad. Algunos mandatarios priorizarán una
y otros la otra, lo cierto es que si no tenemos salud, no tenemos nada. No es
muy dificil de entender. En diferentes momentos de los últimos nueve meses hemos
escuchado todo tipo de mensajes contradictorios por parte de las autoridades de
salud: ¿Por qué no hacer pruebas masivas? Eran innecesarias. ¿Por qué no
recomendar el uso intensivo del cubre bocas? No parecía ser determinante. ¿Qué
hacer frente a estadísticas internacionales desfavorables para el país? En
realidad, son cifras no comparables, excepto cuando nos favorecen. Por su
parte, el semáforo epidemiológico se anunció como el mecanismo que permitiría
aplicar medidas de manera ordenada y previsible en diferentes regiones, hasta
que fue declarado como intrascendente por el propio sub secretario de salud, es
decir, por el creador mismo del semáforo. ¿El mensaje reiterado subyacente?
Frente a la pandemia, cada familia deberá hacer lo mejor que pueda sin esperar
mucho más del gobierno que las políticas sociales y económicas anunciadas meses
antes de la pandemia.
Hace
meses, cuando ni siquiera habíamos alcanzado el primer pico de la pandemia a
nivel nacional, el gobierno federal pidió que se les aplaudiera por haber
domado la pandemia. Poco después, cuando las cifras acumuladas rebasaron los
peores pronósticos iniciales, se nos dijo que no había mucho de qué
preocuparse, toda vez que el sistema hospitalario no había sido rebasado y
contábamos con camas disponibles. Ahora, cuando la capacidad hospitalaria del
Valle de México está a punto de verse rebasada, el gobierno pide aplausos y
cantos esperanzadores porque han comenzado a llegar las primeras vacunas (sólo
3 mil dosis). La distribución y aplicación de los diferentes tipos de vacunas
desarrolladas contra el SARS-CoV-2 será uno de los retos de política pública y
de salud más grandes en el mundo y para cualquier gobierno. Según informe,
entre las consideraciones de planeación estratégica destacan seis aspectos: Que
la vacuna esté disponible en el
volumen necesario para la población. Que pueda administrarse por personas debidamente calificadas entre
diferentes segmentos o grupos prioritarios. Que pueda ser almacenada y
distribuida de manera eficiente y accesible.
Que las personas cuenten con suficiente información adecuada para que confíen y
acepten la vacuna. Que el gobierno cuente con los recursos para financiar la
adquisición y administración de las vacunas. Por último, que exista una plena rendición de cuentas sobre las
diferentes etapas del proceso, así como un seguimiento puntual y oportuno a las
personas vacunadas. ¿Podremos llevar el orden en los seis puntos antes
mencionados? Por el bien de todos, esperemos que si.
Dr.
César Álvarez Pacheco
cesar_ap@hotmail.com
@cesar_alvarezp
Huatabampo,
Sonora.
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