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Desde hace varios siglos el hombre, cuando enfermaba,
necesitaba a alguien con quien comunicarse, generalmente era un personaje
pintoresco, o un chamán, o un sacerdote que era poderoso porque se comunicaba,
además de con los enfermos, con dioses y espíritus mediante rituales
mágicos; allí comenzó la relación médico-paciente, porque ese
brujo-hechicero realizaba funciones relativas a la medicina. Y no me refiero a
ese tipo de brujos que aparecieron recientemente en la ciudad de Navojoa; una
vasija de barro con cabezas de animales, figuras extrañas y sangre con aspecto
de una sopa que no me atreveria a probar, frente a la plaza pública de la
ciudad, y cuentan los “hechiceros” de abolengo de la mismisima Perla del Mayo
que ese embrujo es con el fin de permanecer en algún cargo político (“asegunes”
de la localidad) ¿habra algún enfermito? De poder, diria yo (les falto ponerle
otro ingrediente al embrujo: chapulines). En el Egipto antiguo se manifestaron
intentos de comunicación en la relación médico-paciente con su dios de la
salud Inhotep. En la antigua Grecia se popularizó entre los médicos el
juramento hipocrático que expresa que el médico debe adoptar una presencia
digna, conservar siempre la calma y hacer que su conducta inspire confianza,
decir solo lo que sea preciso, mantener reservas, hablar con firmeza y
concisión, conservar el dominio y evitar toda confusión; aquí se pueden
apreciar elementos éticos, importante agente terapéutico utilizado con todo
el empirismo y la ausencia del conocimiento científico que es posible
imaginarse en los hombres de tan remota época y que en la actualidad uno que
otro coninua con estas practicas.
La relación médico-paciente es el aspecto más
sensible y humano de la medicina y requiere de una buena comunicación del
médico con el enfermo, de sentir y mostrar un interés real por su problema,
tratarlo con dignidad y con respeto y saber escuchar, lo que equivale a dejar
al enfermo expresar libremente sus quejas. Osler decía que el médico tiene
dos oídos y una boca para escuchar el doble de lo que habla. Un interrogatorio
adecuado es vital para el diagnóstico clínico; el estilo médico actual en la
entrevista es de un alto control. El médico habla más que el paciente y
realiza un interrogatorio muy dirigido sobre la base de preguntas directas,
mientras que, con frecuencia, el paciente se limita a decir sí o no. Las
entrevistas tienen un bajo contenido terapéutico, no permiten que se obtengan
datos primarios de valor, la información para el diagnóstico es incompleta,
se dejan de abordar problemas activos y, al final, se cometen errores en el
diagnóstico. Greca plantea que lo más importante en la conversación con el
paciente es que se sepa escuchar “con un oído inocente, es decir, sin imaginar
ni dar por supuesta o descontada una determinada respuesta”. En el momento actual se trabaja para rescatar
la aplicación del método clínico. Es necesario enseñar al estudiante este
método como expresión de la aplicación del método científico al estudio
del proceso salud-enfermedad en el individuo. El método de enseñanza (método
de enseñanza-aprendizaje) a priorizar no ha de centrarse entonces
predominantemente en escuchar las conferencias de los profesores o en el
estudio de los libros y la literatura docente, tampoco en su prescindencia,
sino en propiciar la participación en el conocimiento, la valoración y la
transformación de la salud del individuo (método clínico).
Dr. César Álvarez Pacheco
@cesar_alvarezp
Huatabampo, Sonora.
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