Una buena
política pública está necesariamente basada en el uso de evidencia imparcial e
independiente en la toma de decisiones. Cuando la evidencia está contaminada o
es arbitraria, nada nos garantiza que las políticas públicas ejecutadas sean
adecuadas o defendibles.
El caso
de la revista científica British Medical Journal (BMJ) y el polèmico artìculo
publicado recientemente. En diciembre de 2020, la Secretaría de Salud de la
CDMX comenzó a distribuir miles de botiquines médicos que contenían: aspirina, azitromicina
e ivermectina entre las personas que habían dado positivo a COVID-19. En ese
momento, el acceso a las vacunas todavía era limitado y el uso de la
ivermectina tenía algunos precedentes in
vitro. La evidencia era suficiente como para
desaconsejar su uso como estrategia de salud pública, incluida en la prevención
de hospitalizaciones. Lo que se sabe por reportajes y entrevistas es que
las autoridades de salud de la CDMX habían anunciado un “ensayo clínico para
probar un tratamiento médico en pacientes de coronavirus” desde septiembre de
2020. El ensayo clínico inicial consistía en estudiar los efectos de dos
compuestos: el mesilato de camostat y el extracto herbal de Artemisia
annua. Como todo ensayo clínico, éste involucraba tan sólo a 360 pacientes,
los cuales tendrían seguimiento cuidadoso por médicos para evaluar riesgos y
efectos del tratamiento. En los tres meses subsecuentes, se cambió radicalmente
de estrategia: en vez de realizar un pequeño estudio clínico dirigido por
médicos y estrictos controles, se invirtió en la compra de 200 000 kits con
combinaciones diversas de ivermectina, aspirina y azitromicina para distribuir
entre la población general. Sin estudios rigurosos ni recomendaciones de las
agencias de salud federales e internacionales. Distribuidos a través de
quioscos, los kits fueron repartidos entre personas con infecciones de covid-19
confirmadas por una prueba rápida de antígenos. Para fines de enero de 2021, un
medicamento no aprobado y sin evidencia de eficacia terapéutica había
sido suministrado a más de 50 000 capitalinos sin ningún control o seguimiento
riguroso. Pero ¿qué es, y en que consiste un ensayo clìnico? Por diseño, los
ensayos clínicos con los que medimos la eficacia de medicamentos y tratamientos
son increíblemente detallados, controlados y regulados. Los pacientes
que participan de un ensayo clínico tienen que ser evaluados individualmente
para garantizar que cumplen con ciertos parámetros de selecciòn, inclusión y
exclusiòn. El tratamiento es aleatorio y, generalmente, ni investigadores ni
pacientes saben quién está recibiendo la medicina y quién el placebo. Los kits
distribuidos no cumplían estas características. De hecho, ni la página de
Cofepris tiene registro de la intervención del gobierno de la CDMX (la Cofepris
sólo tiene registro de dos ensayos de ivermectina de 2016 y 2017). El diseño
del “cuasi-experimento”, como el artículo se refiere a la intervención, es
fundamentalmente preocupante: para “parear” a las personas que recibieron o no
los kits. Esto es un problema básico de datos y estadística, de comparar peras
y naranjas. Además de que el estudio no garantiza que aquellos que recibieron
los kits en enero de hecho siguieran el tratamiento correctamente (algo que los
ensayos clínicos reales suelen monitorear), las condiciones del sistema de
salud pública eran muy diferentes entre diciembre de 2020 y enero de 2021. El
artículo estuvo por meses generando alto número de visitas, pero fue acumulando
quejas e inconformidad de científicos de diversos países acusando la falta de
ética de dichos médicos mexicanos, al grado de que la semana pasada los
directivos del sitio encabezado por el sociólogo demógrafo de la Universidad de
Maryland, Philip N. Cohen se vio presionado ante el escándalo y la exigencia
generalizada de retirar la publicación, y así lo hicieron.
En el mismo
artículo, la revista British Medical Journal, compara el uso negligente de
ivermectina frente a COVID19 en una prisión de Arkansas, EU e incluso su uso
sistemático en México (hasta 200.000 kits del fármaco) con el terrible caso
Tuskegee de sífilis. El experimento Tuskegee fue un estudio clínico llevado
a cabo entre 1932 y 1972 en la ciudad estadounidense de Tuskegee (Alabama), por
el Servicio de Salud Pública de Estados Unidos. Unos 600 afro estadounidenses,
en su mayoría analfabetos, fueron engañados con supuestos tratamientos, si
bien, el fin real fue observar la progresión natural de la sífilis. Las
consecuencias fueron terribles. Ocho sujetos murieron de sífilis, 100 más de
complicaciones relacionadas, 40 esposas de los sujetos resultaron contagiadas y
19 niños nacieron con sífilis congénita. Datos duros, pero con unainformaciòn
muy tergiversada y mal utilizada. Lamentablemente las medidas de verificaciòn
de la revista no fueron suficientes para darse cuenta de un “estudio”
simplemente mal realizado. El artìculo era mas bien una nota roja.
Dr.
César Álvarez Pacheco
@cesar_alvarezp
Huatabampo,
Sonora.