El Covid-19 ha revelado
la cantidad de convicciones acientíficas, experimentos fallidos, posibilidades
contradictorias y también francas excentricidades que se cuecen ante un reto
sanitario inédito. Desde las idas y venidas del antiviral remdesivir al consumo
de desinfectante sugerido en 2020 por Trump o el dióxido de cloro, para
beber. Remedios más que prometedores, son una locura.
Todo este baile de
fórmulas no es privativo de la pandemia actual, ni mucho menos. Remedios
recetados por una generación, o durante siglos, se han convertido después en
motivo de escándalo o asombro. Los medicamentos llamativos, alocados o
abiertamente peligrosos son tan antiguos como las pirámides. En la civilización
de los faraones, a quien padecía de gota lo sometían a corrientes eléctricas
con anguilas. Las heridas infectadas, por su parte, daban pie a una versión
rudimentaria del antibiótico más popular; y, para ciertos cuadros clínicos, se
aplicaba pan con moho, ya que los egipcios pudieron conocer la acción
bactericida de ese hongo, y no fue hasta 1928 que Alexander Fleming, profesor
de bacteriología en el Hospital St. Mary's de Londres, descubrió la penicilina. Otros remedios del Nilo
resultaban sencillamente repugnantes. Uno de esos remedios aconsejaba emplastos
de estiércol para sanar heridas y, ya de paso, alejar a los espíritus malignos.
El Papiro Ebers, que se conserva en la Universidad de Leipzig, especifica, sus
más de setecientas fórmulas magistrales, y los animales más recomendables para
esta clase de terapias. Las heces de perros, burros, gacelas y moscas eran
especialmente apreciadas por sus propiedades; y en ocasiones también las
humanas y las de cocodrilo, estas últimas por sus efectos anticonceptivos, y
¡cómo no! La saliva equina mejoraba, al parecer, la libido femenina, en tanto
que la sangre de lagartija solucionaba otro tipo de problemas. Más insufrible
debió de ser otro tratamiento de origen animal: una pasta elaborada con
cadáveres de ratón para aliviar la tos o los dolores dentales, que, aunque
cueste creerlo, iba, directamente, del mortero a la boca. Los roedores también
se empleaban entre los egipcios para combatir la viruela, el sarampión y hasta
la incontinencia urinaria. Hoy lo más parecido a eso es una curiosidad
culinaria muy popular de filipinas: el Balut, un embrión de pato que va del
huevo, directamente a su paladar. Los Griegos y persas creían, que el mercurio
alargaba la vida; y la tripulación que contrajo la sífilis durante el primer
viaje de Colón al Nuevo Mundo fue tratada con ese metal líquido, una práctica
que se extendería hasta el siglo XX, y ellos aún no ofrecen una disculpa por
esto, pero ese es otro tema. Tanto la civilización china como la india, la
griega y la romana practicaban la uroterapia, esto es, que bebían la propia
orina con fines terapéuticos, irónicamente, se volvió popular en los 90s. Los
romanos eran bastante menos sutiles en su farmacopea. Así, intentaban curar la
epilepsia con sangre de gladiadores muertos en combate, un recurso, tan absurdo
como macabro, que se extendería a los siglos posteriores. Los médicos
renacentistas, por ejemplo, seguían recetando sangre de reos decapitados como
antiepiléptico.
En la Edad Media se
elaboraba también cierta pócima que despejaba malestares gástricos, mejoraba la
memoria y curaba epilepsias y catalepsias. Era fruto de muchos ingredientes:
pimientas, flores, semillas, cortezas y otros brebajes populares en la brujería,
como la mandrágora, la sangre de dragón; aunque esto último era solo
mercadotecnia de la época. En realidad, se trataba de la resina del drago, el
árbol canario, que muestra un color rojo intenso. Las quemaduras en la Edad
Moderna, como las provocadas por la pólvora, siguieron tratándose con emplastos
vegetales con estiércol. Hoy recibimos heridas con café, que resulta muy difícil
retirar, por cierto, tierra y hasta hojas de “confianza” del paciente que
provoca infecciones graves o maceración de la piel agravando el cuadro. Podría
creerse que, tras la Ilustración, la fundación de academias y los avances, la
edad contemporánea estrenó una farmacología más racional. Pero: Sí y no. Es
cierto que la medicina se fue volviendo, poco a poco, más científica; sin
embargo, el factor humano, tan creativo como a veces absurdo, continuó haciendo
de las suyas, hoy seguimos viendo recomendaciones y remedios absurdos, desde
los “detentes”, hasta tomar
desinfectante. Un remedio, para esa clase de remedios.
Dr. César Álvarez Pacheco
cesar_ap@hotmail.com
@cesar_alvarezp
Huatabampo, Sonora.
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