La automedicación o
medicación sin consejo médico es un problema muy grave que afecta a la
población y provoca problemas diversos, como la disminución de la efectividad
de los antibióticos, a partir de la generación de bacterias resistentes, la
aparición de efectos secundarios de fármacos que no están indicados para la
enfermedad o, incluso, el daño directo por el consumo de productos que son
nocivos para la salud.
La automedicación
ocasionada por la crisis del COVID-19 se ha vuelto un problema de gran
relevancia sanitaria. En esta época existe una enorme incertidumbre y un gran
temor en relación con el origen, el tratamiento y los métodos preventivos
contra el COVID-19. Es comprensible dado que es una enfermedad relativamente
nueva. La evidencia médica necesaria aún no se encuentra disponible, lo que
provoca que el COVID-19 sea especialmente vulnerable a la proliferación de
falsa información, desinformación y desconfianza médica, incluidas las llamadas
“creencias conspirativas”. Esta información puede ser nociva y tiene la
capacidad de diseminarse rápidamente en las redes sociales y en otros medios de
comunicación, ya que a diferencia de la información científica con evidencia es
más sencilla de entender y apela a los sentimientos en lugar de a la razón, a
la vez que brinda esperanza o desconfianza donde no existe. Esta diseminación
de la información nociva se comporta como una epidemia en sí, por lo que la
Organización Mundial de la Salud la
llama “infodemia” y ocasiona un gran impacto en la forma de pensar y de actuar
de la población, lo cual repercute también, en gran medida, en la
automedicación en estos tiempos de pandemia. Esta infodemia es impulsada por
personas sin conocimientos médicos, y a veces sin mala intención, solo por
ignorancia; pero esta infodemia es también impulsada por médicos y por los
medios de comunicación, los cuales promueven indiscriminadamente el uso
profiláctico o preventivo de diferentes fármacos, tales como anticoagulantes,
antinflamatorios, antiparasitarios y antibióticos, sin tomar en cuenta las
posibles consecuencias que este uso sin control podría ocasionar a corto y a
mediano plazo. En marzo del año 2020 el presidente de los Estados Unidos,
Donald Trump, impulsado por los comentarios de los resultados prematuros de un
estudio francés no aleatorizado, calificó de muy potentes la hidroxicloroquina
y la cloroquina para el tratamiento del COVID-19. Otro mandatario, el
presidente de Brasil Jair Bolsonaro, comenzó a difundir en las redes sociales
información falsa sobre la hidroxicloroquina y que esta era un tratamiento
efectivo para el COVID-19. Entre las recomendaciones SIN evidencia científica
que se realizaron por los medios de comunicación se encuentra el uso de la
prednisona y de la warfarina como posible tratamiento, la ivermectina y la
hidroxicloroquina como prevención, y el dióxido de cloro como tratamiento (incluso
recomendado por un médico), entre otros muchos casos que se observan día a día.
Múltiples estudios no encuentran beneficios y se reportan eventos adversos,
como el caso de la hidroxicloroquina, donde su uso profiláctico no demostró un
beneficio significativo posterior a la exposición para COVID-19. El 15 de junio
del año 2020, la FDA revocó la autorización de uso de emergencia que tenían la
cloroquina y la hidroxicloroquina para tratar pacientes con COVID-19, y se
determinó que dichos fármacos probablemente no eran efectivos, además de que
los beneficios conocidos y potenciales de ambos ya no superarían los riesgos
conocidos y potenciales.
Ya pueden observarse
los efectos de esta ola de mala información en los hospitales. Estudios
reportan un incremento en los casos producidos por el uso inadecuado de
limpiadores y desinfectantes, y se reportan prácticas de alto riesgo, como el
uso de mezclas de compuestos, el lavado de alimentos con sustancias tóxicas, el
uso de limpiadores o desinfectantes directamente en la piel, la aplicación de
desinfectantes en spray, la inhalación intencional de vapores de limpiadores o
desinfectantes, la ingestión de cloro diluido, el agua con jabón u otras
soluciones. La propagación de información errónea por periodistas, políticos, e
incluso médicos, sobre fármacos y otras sustancias que hasta la fecha no han
demostrado efectividad no solo afecta la forma de pensar y causa confusión en
la población, sino que lleva a muchas personas a realizar actividades que ponen
en riesgo su salud y su integridad física, como la automedicación. El problema
de la automedicación ya existía desde antes de que ocurriera la pandemia, pero
ahora este problema se ha acentuado, ya que las personas quieren creer en algún
medicamento milagroso. Esta predisposición de la población a aceptar un nuevo
fármaco que les alivie el problema hace que en estos tiempos cualquier información
relacionada con fármacos para el COVID-19 sea delicada.
Dr. César Álvarez Pacheco
cesar_ap@hotmail.com
@cesar_alvarezp
Huatabampo, Sonora.
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