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La palabra placebo (del Latín, yo por
favor) se uso por primera vez en el siglo XIV, debido a un error de traducción
del noveno verso del Salmo 116 “Placebo Domino in regione vivorum”, en donde
lleva la connotación de desprecio o substitución. En la misma época, en los
Cuentos de Canterbury, Chaucer emplea la palabra placebo para nombrar a sus cortesanos
aduladores o serviles. La introducción de estudios de los grupos o controles
con placebo comenzó en el siglo XVI cuando se administraban procedimientos
falsos para separar los efectos reales de los producidos por la imaginación
durante los exorcismos. En medicina, se emplea para designar una sustancia
inerte que puede producir en el enfermo un efecto curativo. En 1785, el Nuevo
Diccionario Médico describe al placebo como “la medicina o un método común”; En
1811, la revisión del Quincy´s Lexicon Medicum lo define como un calificativo
dado a todo medicamento que se adapta más a favor de beneficiar al paciente.
Por su parte, Hornung los describe como una imitación de un tratamiento
específico con la ausencia de componentes terapéuticos. No obstante, aún existe
confusión en medicina al identificar el vocablo placebo como una cosa y no como
un efecto, quizá como un indicador del predominio avasallante del empirismo en
nuestra concepción del mundo. Más bien debemos considerar al placebo como un
efecto y no como una cosa, siendo éste el acompañante inseparable de toda
acción terapéutica. Aunque hay una
creciente cantidad de investigaciones sobre estos mecanismos, sólo dos están
bien estudiados. El primero consiste en la esperanza: los pacientes que
recibieron placebo tienen expectativas de futuras respuestas. Por ejemplo, un
participante a quién se le induce experimentalmente el dolor se le indica que
recibirá un placebo en el contexto de dos señales diferentes: la primera es que
la crema es inerte y no tendrá ningún efecto y la segunda, que la crema es un
potente analgésico. Dichas indicaciones verbales se ha demostrado que manipulan
las expectativas de los pacientes y permiten medir el efecto del placebo, por
ejemplo: el efecto analgésico del placebo en el dolor clínico y experimental,
cambios inducidos por el placebo en el rendimiento motor de la enfermedad de
Parkinson, los cambios en las emociones y las respuestas del cerebro en pacientes
con adicción a las drogas. Así mismo, la presencia de un protocolo de
condicionamiento incrementa las expectativas lo que resulta en un aumento de la
respuesta analgésica al placebo, mostrando que las expectativas median y
modulan el efecto placebo además de interactuar con otros constructos como el
deseo y la emoción. Un segundo mecanismo implica el condicionamiento clásico.
Asociaciones repetidas entre un estímulo neutro y un fármaco activo (estímulo
incondicionado) pueden lograr que el estímulo neutro por si mismo obtenga la
respuesta característica del estímulo incondicionado.
Los
mecanismos de condicionamiento clásico se han demostrado en estudios en
animales y humanos, aunque ha sido difícil excluir todos los componentes
cognitivos de los humanos (como la esperanza). A pesar de este problema, los
mecanismos de condicionamiento en los humanos se fundamentan en el hecho de que
el efecto placebo es mayor después de un protocolo de condicionamiento. Otro
punto que hay que destacar es que en ocasiones la amabilidad del médico, los efectos
verbales del placebo y la subordinación experimental pueden provocar un
condicionamiento en la respuesta. En ocasiones éste puede provocar más cambios
conductuales, que una respuesta terapéutica real. La declaración de Helsinki es
un documento internacional que describe los principios éticos para la
realización de investigación clínica. La actual evidencia demuestra que existen
diferentes mecanismos y efectos placebo, tanto en voluntarios sanos como en
sujetos con diversas enfermedades.
Dr.
César Álvarez Pacheco
@cesar_alvarezp
Huatabampo,
Sonora.
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