Los programas de salud
en situaciones de emergencia se han dirigido básicamente a la atención
inmediata, cubriendo en primera instancia la resolución de problemas médicos
que atentan contra la integridad de la población, limitando o mitigando las
secuelas así como los daños a la infraestructura.
En 1977 se propuso que
se concediera a los aspectos de salud mental la misma importancia que se
brindaba a la atención física de víctimas y sobrevivientes de los desastres,
condicionando un avance progresivo en el área. Después de las catástrofes de
México y Colombia en 1985, los aspectos psicológicos en situaciones de
emergencia comenzaron a ser objeto de estudio. A lo largo de la historia, en
Latinoamérica los desastres naturales han afectado a las sociedades, por ello
en toda la región existe la preocupación por prevenir o minimizar sus efectos.
Por diversos motivos políticos, económicos y de gestión (entre otros), aún son
muchas las regiones que no están adecuadamente preparadas para hacer frente a
un desastre, generando en sus habitantes incertidumbre y sostenida exposición a
elevados niveles de estrés. Se han descrito las consecuencias más frecuentes
sobre la salud mental de las comunidades afectadas, entre ellas el trastorno de
estrés postraumático y el trastorno depresivo. En este sentido, la Organización
Panamericana de la Salud señala que las emergencias y desastres implican una
perturbación psicosocial que sobrepasa la capacidad de manejo o afrontamiento
de la población afectada. Es indudable que en situaciones de emergencia se da
un incremento de reacciones emocionales intensas y puede ser que algunas de
esas emociones no se hayan experimentado anteriormente, ya que cada persona es
diferente y puede responder de distinta manera. La gran mayoría de estas
manifestaciones pueden ser una reacción normal; sin embargo, hay poblaciones
que pueden ver afectada de forma importante su salud emocional. En las últimas
décadas han aparecido desafíos al orden social y a la estabilidad de la
comunidad debido a brotes de enfermedades infecciosas, entre ellos está el
síndrome respiratorio agudo severo y la gripe aviar. Las infecciones que causan
más revuelo en la comunidad médica y en los medios de comunicación son las que
combinan una infección grave asociada a alta mortalidad y que son de origen
desconocido. Durante el brote de SARS la mayoría de los países percibieron un
riesgo mayor del que pretendían las alertas, debido a las diferentes opiniones
y a la información que se actualizaba día a día. Durante el brote de AH1N1 en
Estados Unidos la organización “The National Biodefense Science Board”
reconoció que las medidas de atención para la salud mental fueron vitales para
preservar la seguridad y la salud de la población. Las recomendaciones se
enfatizaron para población vulnerable y se concentraron en intervenciones de
educación, capacitación y comunicación efectiva. Los determinantes para que el
cuidador principal presente mayor riesgo de comorbilidad psiquiátrica dependen
de las características del paciente y del cuidador y éstos pueden variar con el
tiempo. Algunos efectos de la pandemia en México han sido compras de pánico y
saqueos de establecimientos, lo que provocó desabasto de productos de limpieza
e higiene personal y más adelante falta de medicamentos, y como resultado
intensas sensaciones de temor, ansiedad e inseguridad de la población. Trabajar
en un hospital durante un brote infeccioso puede desencadenar trauma
psicológico en el personal de salud.
Se estima que 20% de
las personas expuestas a eventos traumáticos pueden desarrollar trastorno de
estrés postraumático. Comprender el impacto emocional de los trabajadores de la
salud expuestos a infecciones emergentes, en términos de angustia y trastorno,
es relevante para su bienestar y desarrollo laboral. La evidencia científica
confirma la importancia de proteger al personal de salud durante una pandemia y
ofrecer estrategias de intervención para reducir el impacto en su salud
emocional. Hasta el momento no se cuenta con estudios de investigación que
involucren una valoración e intervención estructurada de apoyo individual y en
grupos pequeños que aporten al conocimiento de las reacciones emocionales en
situaciones de este tipo. México ocupa el primer lugar en muertes de personal
médico por COVID-19, el riesgo de muerte por COVID-19 de un trabajador de salud
es cuatro veces mayor que en Estados Unidos y ocho veces más alto que en
Brasil. Aunado a esto, y considerando la alta demanda de servicios de salud y
la limitación de recursos, ha propiciado que el personal que se encuentra en la
primera línea de atención presente afectaciones psicológicas. Se dice que
después de la tormenta viene la calma, pero…¿será así?
Dr. César Álvarez Pacheco
cesar_ap@hotmail.com
@cesar_alvarezp
Huatabampo, Sonora.