Indagar sobre los
acontecimientos sociales experimentados recientemente en Sonora, como el caso
de los feminicidios y el brutal golpe a una mujer en un negocio, es remitirnos
a una serie de malestares, resultado del ordenamiento social que se expresan de
manera enfermiza, sobre todo en este tiempo caracterizado como la modernización
tardía donde se normaliza la incertidumbre, la sociedad de riesgo, la sociedad
de la decepción, ante el nuevo orden social conocido como globalización;
¿Normalizamos los hechos violentos? ¿la indignación?
Vivimos aterrorizados
por la vida cotidiana, por nuestro cuerpo, por el entorno social que se observa
violento, por la crisis ambiental, por la indiferencia del Estado ante la
demanda de educación, trabajo o mejores condiciones de vida de las mayorías. A
todo ello se suma la ola de violencia a nivel global incluso en aquellas
ciudades que se denominaban así mismas como “tranquilas”. En la actualidad
dicho malestar se agudiza, por un lado, ante los procesos de modernización, es
decir, esta compleja trama de experiencias que son a la vez individuales y
colectivas, analizadas desde una lógica donde la integración psicosocial de los
individuos ante la falta de oportunidades laborales, educativas, de salud y de
seguridad, que trae como correlato otras expresiones de violencia derivadas de
este malestar ante la exclusión y desigualdad social. Si consideramos que el
malestar refiere también una representación colectiva que la sociedad forma
acerca de sí misma, diremos entonces, que el malestar en nuestro país se
expresa bajo la forma de sufrimiento e incertidumbre ante los miles de muertos
en los últimos siete años de guerra contra el narcotráfico, con expresiones
inusitadas de violencia. Todo ello ante un Estado ausente y pasivo, ciego y
sordo al clamor de la gente; impunidad que acrecienta el riesgo de la población
a ser víctimas de desapariciones forzadas y secuestros. Al respecto la Organización
Mundial de la Salud reconoce un aumento
de las enfermedades mentales, y entre los factores de riesgo identifica:
pobreza extrema, desempleo, trabajo precario, baja instrucción educativa,
víctimas de violencia, migración y refugiados, indígenas, mujeres, hombres,
niños y ancianos maltratados o abandonados, personas con discapacidad o con
enfermedades crónicas como la Diabetes, el VIH-SIDA, entre otras. El malestar
que se gesta ante una sociedad con una democracia incipiente, que proclama el
Estado de Derecho así como el reconocimiento de los Derechos Humanos, pero
donde persisten rasgos autoritarios, corrupción en todos los niveles
gubernamentales, el cinismo rapante por parte de los servidores públicos e
ineficiencia en la rendición de cuentas y la violación a los derechos de los
ciudadanos. Por lo tanto se identifica al malestar como un medio de expresar la
indignación de grandes sectores de la población que se sienten abandonados ante
la falta de seguridad económica, del no acceso a la educación, al mercado
laboral y a los espacios de participación social.
La Organización para la
Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), establece que México ocupa el
tercer lugar, en porcentaje de jóvenes desempleados y que no estudian,
encontrándonos sólo por debajo de Turquía e Israel. Es necesario buscar nuevas
formas de regular los conflictos de intereses, por otros medios que no sean el
de la violencia, apostemos pues a que de este sufrimiento surja la capacidad
resiliente y empática de la población para lograr reconfigurar, nuevamente, el
punto de partida de nuestra condición humana. De ahí la importancia que la
medicina mire a las personas no como enfermedades, ni como un conjunto de
signos y síntomas, sino como seres humanos que crecen, se desarrollan, se
emocionan, sienten y padecen en contextos sociales, mismos que signan su
existencia y múltiples modos de andar por la vida. El malestar social es ya un
problema de salud pública, y hay que generar una medicina que ayude a combatir
este mal, comenzando con nosotros mismos.
Dr. César Álvarez Pacheco
@cesar_alvarezp
Huatabampo, Sonora.
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