En años recientes, la
violencia intrafamiliar ha ganado un mayor reconocimiento en el discurso
político como problema de salud pública. Sin embargo, por largo tiempo se ha
ocultado debido a que se vive como un problema privado, con frecuencia
vergonzante, pero al mismo tiempo como parte de la “normalidad” de las
relaciones conyugales. El supuesto de partida es que esta visión, según la cual
la violencia de pareja es algo difícil de aceptar pero “normal”, es compartida
por la mayor parte de los servidores públicos encargados de dar atención al
problema. Esto resulta ser un círculo vicioso de ocultamiento-normalización y
reproducción de la cultura que da sustento a la violencia que es probablemente,
una de las principales razones por las cuales la violencia de pareja no ha sido
percibida ni atendida de manera adecuada en los servicios encargados de dar
atención.
Dada su particular
ubicación, los prestadores de salud son actores clave en el proceso de
prevención, detección, atención y seguimiento de los problemas originados en la
violencia intrafamiliar. Empero, este sector no ha respondido de manera
efectiva, como se informa también en otras partes del mundo. En un estudio
entre médicos de primer nivel de atención en Estados Unidos, se encontraron, como
barreras para una adecuada atención a la violencia, la identificación cercana
con las pacientes, el miedo a ofender, la falta de entrenamiento y la falta de
tiempo, que bien aplicarían en nuestro país también. Otros estudios han
mostrado que, dado que el personal de salud es producto de la misma tradición
cultural, no necesariamente juzga de manera negativa las actitudes que dan soporte
al abuso contra la mujer. La actitud de los profesionales de la salud hacia la
violencia puede ser potencialmente perjudicial, y esto se ha observado en
mujeres que señalan haber sido doblemente victimizadas: por parte del abusador,
y también por parte del personal de salud que las responsabiliza del maltrato
sufrido. Los factores que contribuyen a generar esta dificultad de percepción y
atención de la violencia son de diversa índole y abarcan varios niveles. Entre
los primeros, se ubican los factores de tipo personal que se ponen en juego en
la interacción entre los agentes involucrados, que en este caso son el personal
de los servicios y las usuarias de los mismos. Entre los factores
macrosociales, los más prominentes son los aspectos culturales y sociales
derivados del sistema de sexo-género dominante y de las representaciones
sociales a él vinculadas, se ha llamado la atención sobre el hecho de que los
profesionales de salud son, ante todo, personas y que como tales, comparten los
mismo valores culturales y a veces viven los mismos niveles de violencia que
aquellas pacientes a quienes deben tratar y dar apoyo, y finalmente, los factores
de tipo político e institucional relacionados con la manera en que el problema
es definido en el espacio público y tratado en el proceso del diseño de
programas y políticas.
La investigación acerca
de la violencia en contra de la mujer en México es muy reciente. Sus inicios se
remontan a principios de la década de los noventa, cuando se realizaron los
primeros estudios de prevalencia, sobre todo de violencia de pareja. Pese a que
existen más estudios sobre la violencia contra la mujer en la relación de
pareja, en México también se han realizado investigaciones que documentan la
prevalencia, características e impactos de otras expresiones de la violencia en
contra las mujeres, entre las que destacan la violación, el abuso sexual en la
infancia y el maltrato infantil. Asimismo, los esfuerzos deben estar dirigidos
a transformar elementos que, dentro y fuera de las instituciones de salud,
evitan que el problema de la violencia de pareja pueda ser afrontado de forma
adecuada. Las estrategias de intervención para involucrar más al sector salud y
a otros en este problema deben tener en cuenta a este grupo en particular, que
al detentar posiciones de poder desalienta a los prestadores más dispuestos a
atender los casos de violencia de manera eficaz. Es decir, para atacar al mismo
tiempo tanto la negación de unos como la impotencia de otros frente a la
violencia, es clave no sólo intervenir en el imaginario de los cuadros
directivos, sino también fomentar el diálogo entre profesionales de distinta
formación al interior de las unidades de atención, y crear canales de
cooperación intersectorial que alienten y permitan dar cauce a la buena
disposición de muchos prestadores, sin dejar de tener una política integral de
capacitación y difusión de la normatividad oficial dirigida a todo el personal
de salud. Por suerte, los refugios para mujeres maltratadas continuarán, pero
con el reforzamiento de la rectoría del Estado, sostuvo el presidente Obrador y
que no se iba a dejar sin protección; bien.
Dr. César Álvarez Pacheco
@cesar_alvarezp
Huatabampo, Sonora.
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